Cualquier parecido con la realidad es PURA COINCIDENCIA.

domingo, 23 de octubre de 2011

Capítulo 1 - Como una exploradora.

Siempre fui extremadamente curiosa y deseosa de aprender cosas nuevas todo el tiempo. Pero aquella tarde me superé a mí misma. Casualmente (ya sabemos que nada es casual, y yo lo creo así, pero queda bien en la oración) escuché un CD de la magnífica Edith Piaf a quien creo que le debo todo esto. Y me quedé tan absolutamente maravillada con lo apasionado de su lengua materna que decidí comenzar a estudiarla. Increíble. De un CD salté al curso de francés sin escalas. Es una anécdota intrascendente, lo sé. Pero considero que es una característica importantísima de mi personalidad. Importantísima porque gracias a ésta descubrí cientos de cosas que me enriquecieron como persona.
De esa tarde recuerdo poco. Supongo que salí del edificio, crucé las respectivas avenidas y me tomé el colectivo, bajándome en Flores, sin demasiada trascendencia. Sé que en un cierto punto entré en ese establecimiento en el cual estudiaría la lengua elegida por muchos años en el futuro y me encontré rodeada de adolescentes que no conocía y que no sabía la importancia que cobrarían en un futuro. Nada extraño. Suele sucedernos cada vez que emprendemos algo nuevo en nuestras vidas, que no conocemos lo bueno o malo que puede llegar a ser.
Recuerdo que al poquito tiempo de estar esperando en la recepción, se me acerca una compañera y futura amiga a preguntarme si estaba esperando para la misma clase. Le respondí que sí con una sonrisa, nuevamente sin saber que, en unas semanas tan sólo, se convertiría en una gran amiga para mí.
Una vez que entramos al aula, nos acomodamos en una especie de semicírculo prolijo y estructurado por la timidez y la vergüenza que se apoderaban de todos nosotros, sentados derechitos y con nuestra mejor cara de buenas personas y excelentes alumnos. Poco a poco la profesora intentó romper el hielo, bastante congelado por cierto, entre nosotros.
La clase se llevó a cabo como toda primera clase. Nos presentamos, como pudimos, en el más rústico de los franceses que pudiera llegar a existir. Dijimos nuestros nombres, edad, escuela y demases. Uno a uno, fui mirándolos a los ojos por primera vez a cada uno, como quien trata de guardar en su memoria la cara que verá durante el próximo tiempo. Hasta que llegó su turno. No recuerdo cómo estábamos sentados, pero sí recuerdo que él estaba sentado al lado de la ventana y el sol entraba y lo hacía más hermoso de lo que es en realidad. Ése fue el primer contacto que tuve con él. No recuerdo si hubo cruce de miradas, de palabras o algo. Sólo sé que, al verlo, lo primero que pensé es que era realmente hermoso (De hecho, mi pensamiento no fue tan diplomático. Fue más bien algo así como: apa, qué interesante el cursito de francés).